domingo, 4 de septiembre de 2016

¿Cómo enseñar literatura a niños y a jóvenes?

“Que tenga quince páginas, nada de fantasía y alguno que otro dibujo”, así mismito les dijo la profesora de Castellano y Literatura y ellos, mirándose unos con otros sentían que no habían terminado la primera cuartilla y el lápiz rastrillaba la página en busca de alguna palabra que restara angustia, sumara tranquilidad y los hiciera olvidarse para siempre del arte de inventar historias.
“Qué tenga quince páginas”, les volvió a recordar y de nuevo comenzó el rastrilleo en la memoria de aquellos chicos por sacar de su mente un cuento real, que no coqueteara con la fantasía y que al final solo les sirviera para una calificación que sumada a otra les permitiera pasar la materia. 
No le dio tiempo a la profesora de explicarles que la literatura es ficción, que cuando se cuentan los hechos tal cual como sucedieron se llama crónica y que al relatarse como uno cree que debieron pasar se conoce como literatura; que es cierto que lo más parecido a la realidad es la ficción, pero para que parezca, hay que saberla contar.
Tampoco le dio tiempo de explicarles la trama: presentación, donde el lector se entera de los sucesos, se adelanta a imaginar el desarrollo y vislumbra las fuerzas que se contraponen. Nudo, donde despiertan las fuerzas en conflicto y el lector entra en tensión, deseoso de saber cómo termina todo. El desenlace, que debe soltarse cuando el interés del lector está en su punto máximo. También le faltó aclararle la estructura, es decir, cómo puede contarse una historia: lineal, quebrada, retrospectiva, circular o quebrada, y ni agregar los detalles del tiempo y de cómo se crean los personajes.
Cuando le expliqué eso a mi hija, una de las estudiantes de ese tercer año, me dijo que su profesora había contado que estudió con profesionales reconocidos. Eso eso pasa, le dije, hay gente que no sabe invertir su tiempo en la universidad y estudian algo que no se parece a ellos y luego desaprovechan el tiempo de los demás. Es triste, pero cierto.
Dos semanas después recibo otra noticia similar. A mi hija menor, estudiante de sexto grado le mandan a elaborar un blog literario con poemas, retahílas, trabalenguas, cuentos, mitos, refranes, leyendas y canciones, diez de cada uno, transcritos a mano y para colmo debía entregarlo el lunes sin falta; se lo habían enviado el viernes.
La tortura familiar fue grande el fin de semana, al menos en quince días nadie quiso saber de literatura; se inventaron otros juegos, fuimos de paseo al cine, yo me encerraba a leer donde mis hijas no me vieran y cada vez que me regresaban las ganas de degollar a la maestra, corría a la nevera, buscaba un pollo congelado y reinventaba el cuento de Horacio Quiroga, hasta calmar mis instintos asesinos.  
Con niños colombianos, dándoles un taller de literatura 
Qué bonito hubiese sido si las profesoras se hubieran aprendido un cuento, por ejemplo, La vuelta al mundo, de Javier Villafañe, La tempestad, de Jairo Aníbal Niño, también pudo ser, La lora canora y el gato Leopoldo, de Tomás Jurado Zabala o cualquier historia que luego les sirviera para que los chamos identificaran la estructura y la trama. De esa manera, además de dinámica e interactiva la clase se hubiese dado tipo taller, con los dos complementos definidos, el artístico, al contarse la historia de manera oral y el pedagógico, al estimular el análisis del cuento, pero de otra manera. Así pudieron hacer varios ejercicios y comprometerlos a ellos a hacer lo mismo. Faltó lúdica en ese proceso de enseñanza, qué lástima.
La cantidad no hace la calidad. Una cosa es una historia larga y otra muy diferente una alargada. Los cuentos terminan donde deben, si después de ahí se continúa, pierden sentido. Una de las actividades que hay que rescatar en las escuelas es la lectura en voz alta, el muchacho debe acostumbrarse a escuchar buena literatura y una actividad diaria sería leerles un cuento, previamente ensayado en casa la entonación, los silencios, las pausas, los cambios de voces y de ritmo. Cómo les encanta a los chamos cuando el docente juega con la lectura, porque después juegan a imitar las voces, las entonaciones, las dramatizaciones. Cuando se crean las condiciones en el aula de clase, los niños son capaces de dar lo que se les exija. La clave está en ganarse con cariño su cariño, luego aprenden a valorarte, te respetan y hacen lo que les propongan.
Robert “Bob” Pike, uno de los facilitadores más creativos, exitosos y eficientes de hoy, ha desarrollado lo que se conoce como las cinco Leyes de Pike, específicamente la última dice: “Nadie sabe cuánto sabe hasta que le toca explicarle a alguien que no sabe”. Estamos claro que en materia de literatura, muchos profesores graduados es esta área, están echando su líquido renal fuera de la bacinilla.
¡Jugando es mejor!
Enseñar literatura en las escuelas se logrará siendo lector. Habiendo leído los autores que han hecho su oficio de escritor dedicándose a producir para niños y jóvenes. En el libro “La literatura es un juego divertido”, edición del Sistema Nacional de Imprentas, Portuguesa, año 2011, y cuya autoría me pertenece conjuntamente con Tomás Jurado Zabala, proponemos un compendio de ejercicios, de juegos creativos que sirven como detonantes para despertar la ilusión y la imaginación, de ellos describiremos tres:
1) El si mágico: Consiste en hacernos la pregunta stanislawsquiana “qué pasaría si...” y generar situaciones inverosímiles para darles respuesta literariamente lógicas. Ejemplo ¿Qué pasaría si una mañana un niño amanece creyéndose un pájaro? A partir de esta interrogante los niños escriben sus historias para luego leerlas
2) Versos de cabo roto: Jugamos a crear poemas cortos, dejando inconcluso cada verso, suprimiéndole la última sílaba pero procurando que suene:

Ja, ja, ─dijo la galli__,
pisaron también la lu__
y ella que se cree algu__
mis del cielo, muy sifri__.
Yo no me creo adivi__
para decir acucio__:
más embellece la ro__
al lodazal que la cer__,
incluso a la misma puer__ 
y no se cree la gran co__

3) Dime, primo, con qué lo rimo: Juego de velocidad mental para buscar la rima. Lanzamos un par de versos y el participante debe complementarlo sin importar que haya relación o no, siempre y cuando se produzca la rima:

Pájaro que vas volando
por qué abandonas tu nido…
Seguro que está culeco
y todavía no ha ponido.

Morrocoy que vas tan lento
préstame el caparazón…
Ni que fuera prestamista
o no tuviera razón.


En total son diecisiete juegos que complementan el libro y ya está en proceso el segundo tomo “La lectura es un vuelo divertido”, esperamos pues, que nuestro aporte sea grano de arena en la titánica aventura de hacer niños y jóvenes lectores, razón por la cual no se puede dejar de cabalgar.  

miércoles, 2 de marzo de 2016

Historia de los Dinumitos y los Razaárboles

Niño de la tribu Dinumito
Aún no habían desaparecido los dinosaurios y menos se habían descubierto los extraterrestres cuando pasó lo que contaré, pero primero deben saber que luego de la unión en el lago de los milagros, del enano rojo con la enana amarilla, surgieron nuevas razas, de diferentes tamaños, con nuevos colores y con formas diferentes de ver el mundo.

De esas especies surgió una tribu capaz de concentrar en una sola forma, siete colores. Cuando nació el primero se convirtió en la maravilla de los alrededores, no solo los miembros de su raza lo adoraban, sino las demás especies. Era tan llamat ivo y travieso que le daba por andar todo el día de árbol en árbol, pero como no era muy diestro a cada rato se estortillaba la nariz contra el suelo, sería por eso que la tribu Razaárboles lo capturó para enseñarlo a brincar.

La tribu Razaárboles eran hombres con alas de ramas que les permitía brincar de copa en copa, su tamaño alcanzaba hasta los dos metros y eran los más altos de todas las especies. Sus casas eran nidos construidos entre el ramaje de los árboles.   

Viendo entonces el interés del niño Sietecolores por aprender a trepar, un día una pareja decidió llevarlo a las alturas para enseñarlo y como no tenían hijos, se encariñaron tanto que olvidaron regresarlo.

Tribu Razaárboles
Los padres de Sietecolores, que  eran de la raza de los Dinumitos, no hallaban cómo recuperar a su pequeño; enfrentarse a la Razaárboles era una locura, pero dejárselos sin intentar recuperarlo era peor.



    Se reunieron los Dinumitos y luego de discutir lo qué harían, concluyeron que lo acertado era atrapar a un bebé Razaárbol para que su tribu supiera lo que se sufre con la pérdida de un hijo; después lo intercambiarían.

Vigilaron día y noche, sabían que tarde o temprano alguna madre descuidaría a un bebé Razaárbol, alguno de esos que aún no había aprendido a brincar bien y terminaban desprendiéndose de lo alto hasta caer a tierra. Y así pasó. Se les presentó la oportunidad y cayeron sobre el bebé con tanta rapidez y agilidad que en fracciones de segundos lo ataron, lo levantaron entre varios y lo escondieron entre el ramaje del bosque. Cuando los padres del bebé Razaárbol se percataron, fue imposible encontrarlo, ni a él ni a los Dinumitos.  

 Allí comenzó el conflicto entre las especies porque ninguna quería regresar al bebé. Los Razaárboles  enseñaron a Sietecolores a trepar árboles, a brincar de copa en copa y a soñar con aprender a volar. Los Dinumitos enseñaron al bebé Razaárbol a mezclar los colores, a jugar al escondido y a hablar como hombres.

Y cuando un día se encontraron los bebés, solos, que para entonces no eran bebés, no sintieron deseos de cambiarse, a Sietecolores le gustaba andar por los árboles e iba adelantado en vuelo, pues, practicaba lanzándose en picada tras los pájaros, mientras sus padres Razaárboles se tapaban los ojos para n o ver.

Raza que vuela con la imaginación
Por su parte, al bebé Razaárbol no le gustaban las alturas, prefería andar por tierra, aprendiendo idiomas nuevos, combinando los colores que encontraba e iba avanzado en imaginación, pues, se sentaba horas y horas a pensar en cómo hacer para volar sin alas, mientras sus padres Dinumitos se tapaban la boca para no bostezar.

Finalmente, como no había motivo para seguir peleando, acordaron la paz y la ayuda mutua. Sietecolores y el bebé Razaárbol, uno hembra y el otro varón, si saber cuál era la hembra y cuál el varón, formaron una nueva raza, de ellos vienen los hombres medianos, capaces de trepar árboles y de volar con la imaginación.


viernes, 26 de febrero de 2016

Araña sin Maña

Sin maña, una araña llegó esta mañana a preguntar por Morrocoy Coycoy, quería saber por gusto y placer si don Morroco se había vuelto loco, pues a su oído llegó un silbido de que andaba de novio con la hija del coco.

─¡Buenos días, señores mayores! ─dijo la araña con lindas palabras a todas las cabras.

─¡Buenos días Araña sin Maña! ¿qué hace tan temprano? ¿buscando al marrano? esta mañanita llegaron dos hombres, pusieron sus nombres en una factura y al pobre marrano a aliñar llevaron.

─No busco al marrano que aliñar llevaron, busco a don Morroco no el que come poco, sino el que anda loco por enamorase de la hija del coco.

─¡Aaah! ─dijeron las cabras con buenas palabras─ nosotras, como otras, no sabemos porque ya no vemos.
¿Han visto al Morroco con la hija del coco?
Siguió la araña donde estaba echada la gata y la pata
─¡Buen día señora Gata! ¡Buen día señora Pata! ¿Han visto al Morroco con la hija del coco?
─Yo no he visto nada, dijo la gata mirando a la pata
─Yo no he visto nada, dijo la pata mirando a la gata
Y las dos siguieron camino a sus casas a amasar la masa.
Llegó la araña donde estaba el oso más gordo y gracioso
─¡Buen día, Oso Gracioso! ¿se ha fijado que han enamorado a la hija del coco?

─¿Cómo? ─dijo Oso Gracioso─ que si me he mirado el color morado cuando como coco, sepa usted Araña sin Maña, yo no como coco cuando comen otros y aunque algunas veces ando con los peces, ellos, haciendo sus eses se comen las nueces y dejan sus cocos igual que a los mocos.

Araña sin maña entendió que el oso estaba más loco que el mismo morroco.

Se fue a preguntar a casa del gallo que andaba muy fallo de amor y cariño y esperaba solo que cualquier domingo le echaran aliños.

─¡Buen día, señor Gallo Fallo! ¿usted que ha cantado, ha escuchado al viento con los sentimientos, de amor y ternura, que surgió entre Morroco y la hija del coco?

Morrocoy Coycoy
─Yo al viento no he escuchado ni siquiera un poco con ese alboroto, debe ser que ya se me desgastaron las tapas del coco, vaya donde está comiendo la vaca, a ver si le tiende aunque sea una papa, porque la verdad, para terminar, yo no tengo oído, palabras ni canto, mucho menos nido.

Y la araña, sin miedo y sin maña, llegó donde estaba la vaca y sus cacas.

─¡Señora Vaca! ¿podría usted decirme con voz dulce y firme, si ha visto a Morroco, besando, abrazando a la hija del coco?

─¿Cómo? ─dijo doña Vaca soltando sus cacas como una matraca que chispeó los ojos de Araña sin Maña y sufrió un enojo.

─¿Ve lo que ha hecho señora Vaca? llenarme de caca y ahora cómo sigo buscando a un amigo que me diga todo sobre don Morroco y la hija del coco. Tendré que marcharme y sin enterarme de la historia loca que salió de boca de algún cuento loco.

De esa manera Araña sin Maña, fue a beber café donde su comadre la señora Lora, a ver qué sabía para ir después a contarles a otros, que don Morroco se había vuelto loco, por enamorarse de la hija del coco.

martes, 9 de febrero de 2016

Oso Azul e Iguana Enana

La vez que Oso Azul conoció a Iguana Enana, se enamoró profundamente de su peinado despeinado. Era domingo, Iguana Enana había ido al mercado a comprar hojitas verdecitas. Oso Azul, andaba por allí, escribiendo poemas con fonemas y enamorado del color morado, cuando de pronto, vio a Iguana Enana, le echó aquella mirada y en el acto quedó con cara de impacto.


Le preguntó que si podía acompañarla sin arañarla y ella con extrañeza y sutileza dijo:

─¡No! a mí no me gustan los osos azules, a mi gustan los ojos azules.

─Entonces voy a la prefectura con premura, donde el prefecto muy circunspecto, a cambiar mi nombre de hombre, me llamaré, Ojo Azul ¿qué te parece?

A Iguana Enana le pareció gracioso aquel oso y dijo:

─Está bien, pero no te prometo por el momento, amor ni nada ni una empanada.

Llegó Oso Azul donde el prefecto muy circunspecto y le pidió por amor, cambiara su nombre de hombre.

─¿Y cómo quieres llamarte? Dame los datos para anotarlos en tus zapatos

─¡Ojo Azul!

─¡Muy bien! ─dijo el prefecto muy circunspecto─ te llamarás, Ojo Azul, y a donde vayas, si no te bañas, tendrás la mirada muy empolvada.

Se fue Oso Azul, que ya no se llamaba como sonaba, sino Ojo Azul como él decía que se escribía, hasta el mercado que queda al lado, con su cara de enamorado, a preguntar por una iguana que era una enana. ¡Nadie sabía lo que él pedía!, porque allí cerca no había certeza de alguna iguana que fuera enana.

Triste se puso, no tenía uso su nuevo nombre si allí no estaba su enamorada. Partió hacia el bosque para olvidar su gran pesar.

Iguana Enana, al enterarse, buscó en el bosque a un oso gracioso, que como andaba enamorado no lo miraban por despistado. Caminó mucho y no lo encontró y hasta su casa se regresó; por la mañana, ya sin lagaña, fue donde el prefecto muy circunspecto, a rogarle por amor, su nombre de Iguana Enana se lo cambiara.

─A ver, a ver ─dijo el prefecto muy circunspecto─ ¿y cómo quiere que la llamemos? deme los datos para apuntarlos en sus zapatos.

─Quiero llamarme, Oja Azul, para ser novia de, Ojo Azul.

─Nadie se llama de esa manera y si es por el oso que es muy gracioso, esta mañana vino de ganas y nuevamente cambió su nombre de hombre, por el de, Iguano Enano Enamorado.

─¡Ah! ─Dijo la Iguana Enana, que ahora estaba enamorada, al prefecto muy circunspecto, ─yo quiero ser, Iguana Enana Enamorada.

─Muy bien ─dijo el prefecto muy circunspecto─ te llamarás, Iguana Enana Enamorada.

Se fue la Iguana por el camino del mandarino, porque allí estaba su enamorado y cuando se vieron, ¡cuando se vieron! no se besaron como pensaron, se prometieron amor eterno y no volvieron a molestar al prefecto muy circunspecto, porque feliz llevaban en los zapatos, sus nuevos datos.

domingo, 10 de enero de 2016

¿Cómo surge una historia?

En cierta ocasión leía con los niños el cuento, El patito feo, de Hans Christian Andersen, cuando de pronto una niña me preguntó que si no habían más cuentos de animales feos. ¡Claro! respondió otro pequeño, debe haber muchos, ¿verdad, profesor? Para salir del paso y como no había leído otro cuento con esas características les dije que les escribiría uno.


Contentos fueron a casa. Yo terminé de arreglar el espacio y mientras lo hacía mi mente trabajaba buscando por los laberintos más fantasiosos de mi cerebro un personaje feo; no podía llegar sin el cuento al siguiente día. ¡Una idea! pensé, para inventar una historia se necesita primeramente ¡una idea!, lógica o absurda, no importa; luego, un hecho, una historia o una fantasía, y tercero, al menos un personaje, que puede ser humano o no; en síntesis, para inventar una historia se necesitan esos tres elementos.

Luego de ordenar mi mente fui a la calle a cazar ideas, a ver qué había disponible en el entorno, con los ojos y demás sentidos abiertos, porque el escritor debe ver con sorpresa lo que los demás no ven. Donde el común se asusta por una serpiente, el poeta admira una raya de cebra, una mariposa le parece una gota de arcoíris, las letras son los lápices derretidos y el pizarrón es una sabana si le dibujan un caballo o un cielo si le pintan un pájaro; así debe andar el escritor, como el cazador en la selva, en busca del alimento para su oficio: las ideas, porque qué escribirá el que no tiene ideas, el que no alimenta su imaginación con los trabajos de otros escritores, el que solo pretende dejar su oficio al azar de las “musas” o de la “inspiración”; mejor es no esperar y sentarse a caminar en busca de una historia.

En fin, pasé toda la tarde sin escribir una línea, con la idea de lo que quería, pero sin precisar el personaje. Me acosté pensando en que no podía aparecer en la escuela sin el bendito cuento, porque cuando uno promete algo a un niño la palabra adquiere una dimensión de respeto tan grande; miéntale a los niños y creará hombres falsos, sociedades hipócritas, sin valores; quien escribe para  niños y jóvenes debe medirse en lo que dice, hablarle a niños reales, inventar historias para niños que respiran, que piensan, que sienten, no para los que están en su imaginación ni para niños bobos.

También debe leer, incluso más de lo que escribe porque el escritor no puede descuidar las cualidades del creador, estas son: el temperamento artístico, el talento y la actitud. El primero, entendido como la vocación, la aptitud para adentrarse en la literatura, el impulso emocional que induce a expresar algo, el espíritu de búsqueda, la permeabilidad a la sorpresa y la disposición de aprender y expresar. El segundo como la capacidad y disposición para el desempeño literario y el tercero, la disposición de ánimo positivo para crear.

Había dicho que me acosté, pensativo y ¡de pronto! exaltado por el silencio de la noche, por esa paz anhelante de la horas tranquilas cuando despiertan en ti las cualidades del creador, fui directo a la máquina y mientras encendía, salí al patio a caminar y a pensar, y otro paso y otra idea y de tantos pasos casi paso por mis pasos a un sapo que con su croar me dijo: heme aquí solitario, esperando que me vieras desde hace tiempo, y yo entendí y lo pasé a mis ideas y fui y empecé a teclear.

Pero antes de empezar, tuve que darle forma en la memoria, preguntarme ¿cómo sería la historia: su presentación, el nudo, el desenlace? ¿será interesante la historia de un sapo feo? ¿le interesará a los niños? Luego conté la historia en tres líneas: “Un sapo buscaba novia. Nadie lo aceptaba por feo. Buscó más allá de su entorno y alguien descubrió su verdadera belleza”. Inmediatamente precisé el espacio temporal, pues toda historia sucede en un lugar y un tiempo determinado y finalmente decidí la fábula, es decir, cómo contarlo, en prosa o en verso, empezando directamente por el conflicto o desde la presentación, con estructura lineal, quebrada, retrospectiva o circular.

En síntesis, toda historia pasa por diversos procesos mentales y eso hace que la escritura se convierta en un oficio, y quien no lo domine no puede pretender que su trabajo tenga la seriedad que el lector busca, porque al final de todo, escribimos no tanto porque tengamos cosas que decir, sino porque queremos que alguien se entere de esas cosas y para eso hay que ganarse al lector.

Una vez terminada, me dormí y a la mañana releí y faltaban unas comas, unos acentos, algunos versos había que reescribirlos y cuando finalmente lo consideré, imprimí y lo llevé a los niños para someterlo a su consideración. He aquí la historia:
  


Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, ranita
ser mi princesita?


No puedo sapito
tú eres muy feíto,
qué dirían las ranas
mis amigas panas

Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, elefanta
que eres una santa?

No puedo sapito
tú eres delgadito,
si quieres besarme
tendré que acostarme

Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres tú, camella
que eres la más bella?

No puedo sapito
tú eres muy chiquito,
contigo a mi lado
todo sería raro

Soy un sapito feo
no tengo princesa
y cuando me veo
me da la tristeza
¿Quieres, hormiguita
que eres chiquitita?

No puedo sapito,
tengo un noviecito,
búscate una novia
por allá en Varsovia

Y el sapito feo
se casó en Varsovia
con una princesa
que se hizo su novia

¡Soy un sapito lindo
tengo una princesa
y cada domingo
me sirve las fresas!
canta en su casita
con su noviecita
y contentos todos
se besan los codos



martes, 5 de enero de 2016

El juego: vocación y aptitud en el niño

Jugando, ¡el niño vuela!
    Tengo por costumbre preguntar a mi hija ¿qué hicieron de divertido hoy en la escuela? pregunta a la que ella automáticamente responde, “nada, salir a recreo”. Cada día hago la misma pregunta de forma diferente y es porque quizás espero una respuesta diferente, algo como esto: “Profesor, qué es lo que tiene ocho patas, tiene plumas y habla”, esa extraña adivinanza me la formuló un pequeño de quinto grado y yo me quedé pensando qué cosa tiene ocho patas, lenguaje y alas y luego de los intentos fallidos vino la respuesta del chico, “pues un caballo, un jinete y un pollito en ancas; si alguien me hubiese preguntado ese día, ¡Jesús! qué hiciste diferente hoy en la escuela, con gusto hubiese contestado, aprendí de un niño una nueva adivinanza, pero lamentablemente nadie está interesado en lo que uno puede aprender de los niños.
Lo cierto es que a la escuela no se asiste para hacer cosas divertidas, salvo ir a recreo a jugar pelota como bien responden los muchachos y al no haber diversión, pues no sienten entusiasmo por el conocimiento. El aprendizaje escolar se presenta ante el niño como una situación conflictiva por cuanto la escuela implica tristemente para ellos, leyes y sanciones. Olvidan los adultos que para acercarse al niño es necesario entrar al juego, meterse en su mundo y cabalgar en su fantasía, expresar su idioma que no significa hablar aniñado ni en diminutivo, sino usar el lenguaje lo más real posible, porque a ninguno de ellos le gusta que lo traten como niño.

Gabriel García Márquez nos dice, “Si a un niño se le pone frente a una serie de juguetes diversos, terminará por quedarse con uno que le guste más. Creo que esa preferencia no es casual, sino que revela en el niño una vocación y una aptitud que tal vez pasarían inadvertidas para sus padres despistados y sus fatigados maestros”. Esa vocación y esa aptitud no son otra que al amor al juego, a eso se refiere García Márquez y por eso el desinterés que muchas veces notamos en los alumnos a la hora de las prácticas escolares.

Vocación y aptitud, palabras mágicas que casi no se evidencian en el adulto y en especial en el maestro fatigado, pero sí en los niños y a cada momento lo demuestran sin reparar en lo oportuno de la situación, del lugar o de las personas que estén a su alrededor. Tenía mi hija cuatro años cuando jugábamos a ponerle nombre a las nubes: “aquella es un elefante montado en un pájaro”, “a mí me parece un hipopótamo comiendo algodón”, “la de allá es una jirafa con cabeza de nube” y la de más allá “un vendedor de nubes de queso”;  y ni hablar cuando en pleno centro comercial hacía que jugara con ella “periquita” o cuando tenía siete años que la inscribimos en danza y quería pasarse todo el trayecto a casa saltando: “¡no estoy saltando papá!, estoy ensayando los pasos que aprendí”, para ella todo aquello era un juego y a mí me sirve para ejemplificar la vocación y la aptitud de la que estoy hablando.

Hay un juego que aprendí en un taller de creación literaria que consiste en nombrar diferentes tipos de palabras: gordas (elefante, barril, ballena, hipopótamo) flacas (aguja, palillo, meñique) chistosas (payaso, chiste) y así se pueden inventar palabras de todos los tipos, sabores y colores. Lo traigo a colación porque cuando lo jugué con un grupo de alumnos en la escuela inventaron tantas, pero no solo palabras sino también oraciones, como esta: en el barril los hipopótamos bailaban con las ballenas mientras los elefantes esperan para entrar con el mar, en sus trompas, y así fueron creando oraciones para demostrar sus aptitudes y todo porque aquello les parecía tan maravilloso y en donde podían demostrar su talento.

El juego es la palabra clave para que los niños empiecen a despertar el interés por la lectura. Platón (427─347 a. C) en su libro La República, 536d – 537a ─Cierto─ dijo ─No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando [L93] y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.” Debe acercársele la literatura al niño a través de técnicas creativas con la intención de despertar en ellos la motivación por lo novedoso, por la lúdica, por un nuevo conocimiento que se imparta de manera agradable: de ahí que se debe partir con el desarrollo de prácticas de creación literarias estimulantes, de juegos literarios, de música, de danza, de teatro, de lecturas que los lleven por lugares geográficos desconocidos, fábulas, poesías.

Eso debería hacerse en las escuelas, juegos de preguntas generadoras que provoquen el choque de imágenes en el cerebro del participante, se debe buscar provocar el cuestionamiento en ellos, la necesidad de búsqueda de respuestas, y con ello lograremos generar placer, desarrollar la creatividad y la imaginación, la integración en la comunicación grupal.

Creo que una buena dosis de diversión en la niñez, de sana, orientada y gustosa diversión, alivia suficientemente la entrada del ser humano a la adultez. Una persona que desarrolle el sentido del humor, pero no el humor chabacano, sino el refinado, llega a tener una mejor visión del mundo que lo rodea; creo que es una fórmula mágica y por eso es importante al trabajar con niños procurar que las cosas se hagan lo más divertido posible.

Jugar es tan sencillo y ameno, pero tristemente los adultos no tenemos tiempo para nada y estamos condenados a la rutina diaria del trabajo y lo peor es que también queremos condenar a los pequeños,  líbrelos Dios de nuestros fracasos y permita que sigan alegrando el mundo con sus sonrisas porque de los adultos, la humanidad solo puede esperar amarguras.